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Las negaciones de Pedro

17 abril, 2022

Como es costumbre en este blog, en Semana Santa exploramos desde el punto de vista jurídico algún episodio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. En esta oportunidad nos detendremos en las negaciones que hizo el apóstol Pedro en la casa de Anás, reiterando hasta por tres veces que no conocía a Jesús.

Después de la última cena Jesús marchó con los apóstoles al Monte de los Olivos. Allí “Pedro empezó a decirle: «Aunque todos tropiecen, yo nunca dudaré de ti.» Jesús le replicó: «Yo te aseguro que esta misma noche, antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces.»   Pedro insistió: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y los demás discípulos le aseguraban lo mismo” (Mt. 26, 33-35). Lucas relata lo mismo: “¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha pedido permiso para sacudirlos a ustedes como trigo que se limpia; pero yo he rogado por ti para que tu fe no se venga abajo. Y tú, cuando hayas vuelto, tendrás que fortalecer a tus hermanos.» Pedro dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la prisión y a la muerte.» Pero Jesús le respondió: «Yo te digo, Pedro, que antes de que cante hoy el gallo, habrás negado tres veces que me conoces.»” (Lc. 22, 31-34). Marcos señala que Jesús dijo cuando cante el gallo por segunda vez lo habría negado tres veces (Mc. 14, 30)

Según relata Juan, al ser llevado Jesús a la casa del Sumo Sacerdote, “Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro” (Jn. 18, 15-16). Según Juan, la misma portera dijo a Pedro: «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?». El le respondió: «No lo soy». (Jn. 18, 17). Los demás evangelistas hablan de una sirvienta que se acerca y le dice: “«Tú también estabas con Jesús, el Galileo». Pero él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé de qué estás hablando.»” (Mt. 26, 69). Coincide con este relato Marcos (Mc. 14, 66-68) y Lucas quien también habla de una “muchachita de la casa” (Lc. 22, 55).

Posteriormente, y dado que la noche era fría, en el patio se encendió un fuego, según el relato de Juan: “Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío” (Jn. 18, 18). Pedro se acercó para calentarse, y Marcos señala que “Al verlo cerca del fuego, [la sirvienta] lo miró fijamente y le dijo: «Tú también andabas con Jesús de Nazaret.» El lo negó: «No lo conozco, ni entiendo de qué hablas.»” (Mc. 14, 67-68). Coincide Lucas: “Prendieron un fuego en medio del patio y luego se sentaron alrededor; Pedro también se acercó y se sentó entre ellos. Al verlo sentado a la lumbre, una muchachita de la casa, después de mirarlo, dijo: «Este también estaba con él» Pero él lo negó diciendo: «Mujer, yo no lo conozco.»” (Lc. 22, 56-57). Juan agrega que “Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: «¿No eres tú también uno de sus discípulos?». El lo negó y dijo: «No lo soy»” (Jn. 18, 25). La tercera negación es contada por Mateo y se refiere al modo de hablar de Pedro: “Un poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «Sin duda que eres uno de los galileos: se nota por tu modo de hablar.» Entonces Pedro empezó a proferir maldiciones y a afirmar con juramento que no conocía a aquel hombre” (Mt. 26, 73-74). Marcos coincide: “Después de un rato, los que estaban allí dijeron de nuevo a Pedro: «Es evidente que eres uno de ellos, pues eres galileo.» Entonces se puso a maldecir y a jurar: «Yo no conozco a ese hombre de quien ustedes hablan.»” (Mc. 14, 70-71) y Lucas narra que “Como una hora más tarde, otro afirmaba: «Seguramente éste estaba con él, pues además es galileo.»  De nuevo Pedro lo negó diciendo: «Amigo, no sé de qué hablas.»” (Lc. 22, 60). El relato de Juan es un poco diferente en esta tercera negación: “Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: «¿Acaso no te vi con él en la huerta?». Pedro volvió a negarlo” (Jn. 18, 26-27).

Sobre el canto del gallo, Marcos señala que sucedió por dos veces, ya que Jesús le habría dicho que antes de que el gallo cante dos veces, le negaría tres (Mc. 14, 72). Pero Mateo, Lucas y Juan hablan sólo de un canto del gallo que Pedro sintió cuando ya había negado por tres veces a Jesús (Mt., 26, 74-75; Lc. 22, 61; Jn. 18, 27).

Sólo Lucas relata que Jesús miró a Pedro después del canto del gallo: “Todavía estaba hablando cuando un gallo cantó. El Señor se volvió y fijó la mirada en Pedro. Y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente” (Lc. 22, 61-62).

En todo caso, los evangelios sinópticos dan cuenta de que Pedro salió fuera y lloró incluso amargamente. Pero a diferencia de Judas, Pedro no desesperó y pudo arrepentirse. De allí que una vez resucitado el Señor, Jesús le pregunta por tres veces si le ama. Pedro se da cuenta la razón y se entristece: “Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas»” (Jn. 21, 17).

Normalmente, se considera que estas tres negaciones fueron un acto de cobardía e incluso pecado grave al jurar Pedro que no conocía al Señor.

Pero lo cierto es que fue uno de los dos apóstoles que siguieron al Señor y que estuvieron con él mientras lo juzgaban en caso del Sumo Sacerdote. Esto quizás fue la razón por la que no podía descubrir que era uno de los seguidores del Señor, ya que de haberlo admitido hubiera sido considerado cómplice o coautor de los crímenes de los que se acusaba a Jesús: blasfemia para los judíos, y subversión política para los romanos.

Este temor a ser acusado y sancionado por esos hechos es lo que ha llevado a Pedro a negar que conocía a Jesús, aunque fuera galileo y su hablar lo delatara. Por cierto, esto no justifica las negaciones, pero las hace más comprensibles y atenúa la falta del más grande de los apóstoles, al que Jesús confió la cabeza suprema de su Iglesia.

Jesús ante Caifás y el sanedrín

4 abril, 2021

En estas fechas es costumbre de este blog da a conocer un post comentando algún aspecto jurídico de la pasión de Jesús de Nazaret que se conmemora en Semana Santa. En esta ocasión, nos parece interesante fijarnos en el proceso que se le instruyó por parte del sumo sacerdote Caifás y la asamblea de 71 miembros que ejercía jurisdicción en temas religiosos en el Israel de ese tiempo: el sanedrín (synedrion en griego).

En el Evangelio de Lucas aparece una mención de Caifás junto a Anás, como sumos sacerdotes, para fijar el tiempo de la predicación de Juan El Bautista, que anuncia la vida pública de Jesús: “El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la región de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdote Anás y Caifás…” (Lc. 3, 1).

El sumo sacerdote era de la clase sacerdotal, la única nobleza reconocida entre los israelitas, y los romanos les dejaban libertad para juzgar las discusiones propias de la religión jurídica, aunque reservándose la aplicación de ciertas penas como la de muerte (la potestas gladii). El sumo sacerdote era elegido de entre las familias sacerdotales de mayor influencia, y en principio era un cargo vitalicio, pero en el tiempo de Jesús se había transformado en periódico. Los que ya habían desempeñado el cargo mantenían la denominación de sumo sacerdotes.

Caifás había sido designado sumo sacerdote el año 18 d.C. por el procurador Valerio, y luego confirmado por Pilato. Pero cuando Pilato fue llamado a Roma, fue destituido por Vitelio el año 36 d.C.

Según los Evangelios, Caifás era el sumo sacerdote, pero tal denominación se da también a Anás (Ananías abreviado). Anás había desempeñado ese cargo pero había sido depuesto por Valerio Grato el año 15 d.C. No obstante su influencia hizo que varios de su familia heredaran ese cargo, con lo que siguió detentando la autoridad de hecho. Caifás era su yerno, ya que estaba casado con una de sus hijas.

Los cuatro Evangelios relatan que una vez apresado Jesús de Nazaret, es llevado a la casa del sumo sacerdote donde se reúnen los componentes del Sanedrín, esto es, los “príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos” (Mt. 26, 57; Mc. 14, 53; Lc. 22, 66). Se realiza una sesión durante la noche, y se presentan testigos que no coinciden en sus declaraciones: algunos señalan que Jesús había dicho que podía destruir el Templo y construirlo en tres días (Mt. 26, 60-61), lo que era inexacto ya que Jesús nunca afirmó que él destruiría el Templo. Al ver que Jesús no contestaba nada y que los testigos no lograban configurar una prueba suficiente, Caifás se dirigió al acusado y lo intimó a declarar quién era en verdad: “‘Te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios’, Jesús contestó: ‘Tú lo has dicho. Además os digo que en adelante veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo’”. Ante esta respuesta, Caifás rasgó sus vestiduras y dijo: “Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ya lo veis, acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?” Los del Sanedrín contestaron “Es reo de muerte” (Mt. 26, 63-66). Muy parecido es el relato que se observa en el Evangelio de Marcos (14, 61-64). El Evangelio de Lucas es un tanto distinto: relata que Jesús fue llevado en la noche a la casa del sumo sacerdote, pero la sesión del sanedrín se habría hecho al amanecer del día siguiente y el interrogatorio es un poco distinto: “Al hacerse de día se reunieron los ancianos del pueblo, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y le condujeron al Sanedrín. Y le dijeron: —Si tú eres el Cristo, dínoslo. Y les contestó:  —Si os lo digo, no me creeréis; y si hago una pregunta, no me responderéis. No obstante, desde ahora estará el Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios. Entonces dijeron todos: —Por tanto, ¿tú eres el Hijo de Dios? —Vosotros lo decís: yo soy —les respondió. Pero ellos dijeron: —¿Qué necesidad tenemos ya de testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca” (Lc. 22, 66-71). Con esa respuesta lo conducen a Pilato y lo acusan de soliviantar a la gente, prohibir pagar el tributo al César y desafiar la autoridad romano al declararse rey de los judíos (Lc. 23, 1-2).

En todos estos relatos se da a entender que Jesús es llevado a la casa del sumo sacerdote que es Caifás. El Evangelio de Juan añade otros hechos. Señala que Jesús es llevado primero a la casa del suegro de Caifás, Anás y es éste quien interroga al prisionero: “El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y sobre su doctrina. Jesús le respondió: —Yo he hablado claramente al mundo, he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde todos los judíos se reúnen, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me oyeron de qué les he hablado: ellos saben lo que he dicho. Al decir esto, uno de los servidores que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: —¿Así es como respondes al sumo sacerdote? Jesús le contestó: —Si he hablado mal, declara ese mal; pero si tengo razón, ¿por qué me pegas?” (Jn 18, 19-23). Este Evangelio cuenta que después de eso Anás envía a Jesús a la casa de Caifás, el sumo sacerdote, y que luego lo condujeron al Pretorio temprano por la mañana para que fuera juzgado por Pilato (Jn 18, 24 y 28).

Es posible armonizar todos estos relatos si se entiende que primero Jesús fue conducido a la casa de Anás (Juan), y luego a la de Caifás, donde se produce la reunión del sanedrín, el intento de buscar testigos falsos y la conminación a que Jesús se declare como Mesías, y su afirmación, según cuentan Mateo y Marcos. Algunos estudiosos piensan que es posible que ambos vivieran en secciones diversas del mismo palacio.

Para cumplir con la ley que declaraba nulas las sesiones nocturnas, finalmente se confirma el acuerdo al amanecer de ese día, como relata Lucas. Esto es congruente con Marcos que señala: “Y de mañana, enseguida, se reunieron en consejo los príncipes de los sacerdotes con los ancianos y los escribas y todo el Sanedrín y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato” (Mc 15, 1) y con Mateo que afirma: “Al llegar el amanecer, todos los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se pusieron de acuerdo contra Jesús para darle muerte. Y atándolo, lo llevaron y lo entregaron al procurador Pilato” (Mt 1, 2). En esto coincide Juan al señalar que Jesús fue llevado donde Pilatos en las primeras horas de la mañana (Jn 18, 28).

Este es el juicio religioso que se hace a Jesús de Nazaret, el que jurídicamente dista mucho de haberse dado de una manera justa incluso según las costumbres de la época.

En primer lugar, porque lo cierto es que la sentencia de muerte ya estaba previamente acordada. Ya habían pagado a Judas para que entregara a su maestro, lo arrestaron y privaron de libertad y lo juzgaron en menos de 24 horas. El mismo Caifás en una sesión anterior del Sanedrín que se convoca después de la resurrección de Lázaro les dice a sus compañeros: “Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación”. Juan dice que con esa frase profetizó que la muerte de Jesús en la cruz sería la redención de todos los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11, 49-52).

Enseguida, y esto es algo que concuerdan todos los evangelios el juicio real se llevó a cabo fuera de la sede regular del Sanedrín (el Gazzit), ya que ésta no se podía ocupar de noche. Por eso se citaron, probablemente dejando fuera a los miembros que no eran hostiles a Jesús, en la casa de Caifás, donde se realizó realmente el juicio. Además, quien dirigía el tribunal hizo de acusador y después de que declararan testigos cuyos testimonios no eran coherentes entre sí y no se deducía de ellos ningún crimen religioso contra la ley judía, el mismo Caifás desafía a Jesús a que diga si es el Mesías, y ante la respuesta afirmativa del acusado y su declaración de que “veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo” (según Mateo y Marcos), y con una cierta variante en Lucas: “desde ahora estará el Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios. Entonces dijeron todos: —Por tanto, ¿tú eres el Hijo de Dios? —Vosotros lo decís: yo soy”, se le señala culpable de blasfemia, que era un delito castigado con la muerte por dilapidación (Lev 24,16).

Sin embargo, es bastante discutible que declararse como Mesías o Hijo de Dios sea por sí solo blasfemo, lo mismo que decir que el Hijo del Hombre estará sentando a la diestra de Dios y vendrá sobre las nubes del cielo. Por lo que más parece que esas palabras sirvieron de excusa para sancionar al Nazareno con la pena de muerte.

Finalmente, para dar validez a lo acordado confirman esa sentencia al amanecer del día, y así evitar que se diga que el fallo sea nulo por haberse adoptado de noche. No es claro si esta sesión matutina se llevó a cabo en la misma casa de Caifás o en la sede oficial de la asamblea.

Como el Sanedrín carecía del poder de dar muerte a un acusado, se lleva a Jesús ante el procurador romano, Pilato, pero ahora se cambia la acusación de blasfemia para imputarle un intento de sedición contra el poder romano. Pilato, a pesar de reconocer que Jesús es inocente de ese cargo, deja hacer lavándose la manos en un gesto que en la historia ha quedado como símbolo del intento frustrado de eludir la responsabilidad por una decisión propia. 

Pacto de sangre

21 abril, 2019

No queremos en este post, como podría pensarse de su título, comentar la exitosa teleserie de Canal 13, en la que un grupo de amigos convienen en ocultar el homicidio de una joven menor de edad ocurrido en la despedida de soltero de uno de ellos. Siguiendo nuestra tradición, con motivo de la Semana Santa, queremos comentar otro pacto de sangre sucedido hace casi dos mil años, entre uno de los discípulos del carpitero de Nazaret y los sacerdotes y jefes del sanedrín judío de Jerusalén.

Se acercaba el tiempo de la pascua hebrea y el rabí Jesús completaba tres años de enseñanzas y hechos portentosos por toda palestina. En el Evangelio de Mateo se dice que “los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte” (Mt. 26, 3-4). Había que buscar a alguien del círculo más íntimo para que diera los datos concretos de donde ubicarlo en un lugar privado y así tomarlo prisionero sin causar escándalo ni tumultos.

Este fue Judas Iscariote, hijo de Simón, que había sido llamado como uno de los doce apóstoles por el mismo Jesús, y que diríamos hoy era el tesorero del grupo, porque administraba los recursos: “llevaba la bolsa”.

Según el relato de Mateo fue el mismo Judas el que tomó la iniciativa y fue a ver a los sacerdotes y proponerles un convenio: “Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: ‘¿Cuánto me darán si se lo entrego?’. Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo” (Mt. 26, 14-16).

La historia la reafirman Marcos y Lucas en sus propios relatos: “Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo” (Mc. 14, 10-11); “Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de eliminar a Jesús, porque tenían miedo del pueblo. Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era uno de los Doce. Este fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia sobre el modo de entregárselo. Ellos se alegraron y convinieron en darle dinero. Judas aceptó y buscaba una ocasión propicia para entregarlo sin que se enterara el pueblo” (Lc. 22, 2-6).

San Juan, en cambio, no da datos sobre este convenio pero describe una dramática escena que ocurre durante la última cena de la pascua entre Jesús y sus discípulos en Jerusalén, a la que concurre también Judas Iscariote. Jesús alerta a sus discípulos diciéndoles que sabe que uno de ellos lo entregará: “Jesús se estremeció y manifestó claramente: ‘Les aseguro que uno de ustedes me entregará’: Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos –el discípulo al que Jesús amaba– estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: ‘Pregúntale a quién se refiere’. El se reclinó sobre Jesús y le preguntó: ‘Señor, ¿quién es?’. Jesús le respondió: ‘Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato’. Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: ‘Realiza pronto lo que tienes que hacer’. Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: ‘Compra lo que hace falta para la fiesta’, o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche” (Jn. 13, 21-30).

Al igual que Lucas, Juan señala que Judas procedió tentado por el demonio, pero omite la referencia al pacto que habría hecho con los jefes de los sacerdotes para entregar a su maestro, quizás porque este hecho ya estaba suficientemente asentado en los tres evangelios anteriores.

Por los datos que dan estos tres evangelios (denominados sinópticos), podemos concluir que se trató de un contrato bilateral, en que por una parte Judas se obligó a dar información para prender a Jesús y los jefes de los sacerdotes se obligaron a entregarle dinero. Al parecer se trató de un contrato consensual que no requirió solemnidades o formalidades externas. Probablemente las treinta monedas de plata no fueron entregadas hasta que Judas cumplió con lo prometido; así parece indicarlo Marcos, que dice que los sumos sacerdotes, ante el ofrecimiento de Judas, “prometieron darle dinero”, lo que significa que se obligaron a entregarlo una vez que Jesús fuera detenido.

Mateo es el único que especifica el monto del precio: 30 monedas de plata. Los estudiosos han discutido de qué tipo de monedas se trataba y hoy la opinión común es que eran monedas acuñadas en Tiro y que los griegos llamaron Tetradracmas, porque pesaban más o menos lo mismo que cuatro dracmas atenienses. También se les conocía con el nombre de siclos de Tiro, y tenían un porcentaje de plata mayor que las monedas romanas (94% o más), y seguramente por ello eran admitidas para pagar el impuesto religioso al Templo de Jerusalén.

Se ha discutido si la suma de treinta tetradracmas de Tiro era muy cuantiosa como para tentar a Judas. La verdad es que no siendo módica tampoco parece haber sido una cantidad exhorbitante. El libro del Éxodo señala que treinta siclos es lo que debe pagar el propietario de un buey que provoca la muerte de un esclavo (Ex. 21, 32) y la misma cantidad se encuentra en el libro del profeta Zacarías como salario del oficio simbólico de apacentar las ovejas de Israel, y que Dios le ordena echar al Tesoro, diciendo “ese lindo precio en que he sido valuado por ellos”. El profeta agrega: “yo tomé los treinta siclos de plata y los eché en el Tesoro de la Casa del Señor” (Zac. 11, 12-13). Otro indicio del valor de estas monedas es que con ellas se compra un terreno para instalar un cementerio.

Al parecer, entonces las treinta tetradracmas de Tiro no eran una cantidad menor, pero tampoco una fortuna como para hacer rico a quien la recibiera.

Esto último puede ayudar a desmentir que la razón por la que Judas habría propuesto y concluido el pacto haya sido la codicia, que Juan parece insinuar al decir que Judas era ladrón y hurtaba de la bolsa para gastos de la que estaba a cargo (Juan 12, 6). Otros autores han sugerido que Judas entregó a Jesús porque se decepcionó al no asumir éste la condición de Mesías como guerrero liberador del pueblo hebreo contra los romanos. En todo caso, parece claro que Judas pensaba que los sumos sacerdotes sólo querían interrogar y detener a Jesús y no condenarlo a muerte. Como sea, no hay dudas de que hay aquí hay algo misterioso que se escapa al análisis meramente jurídico histórico.

En los hechos Judas cumplió con el encargo, y después de que salió del lugar de la última cena se encontró con un piquete de servidores de los sumos sacerdotes y algunos soldados de la guardia del templo, al que guió para prender a Jesús mientras se encontraba orando en el jardín de Getsemaní a los pies del Monte de los Olivos. Judas sabía del lugar porque el grupo que acompañaba a Jesús se reunía allí con frecuencia (Juan 18, 2). Judas indica quién es Jesús, dándole un beso en la mejilla. Jesús responde con mansedumbre: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”. El destacamento aprehendió a Jesús, dejando a los demás discípulos que se dispersaron. Comenzaría esa misma noche el proceso en contra del Nazareno que culminará con su condena a muerte por crucifixión, pena propia del derecho romano.

Seguramente, de regreso con Jesús prisionero los sumos sacerdores entregaron las treinta monedas de plata a Judas, cumpliendo con su parte del contrato.

Pero al ver como se sucedían los hechos, Judas se arrepintió de su traición y quiso dejar sin efecto el contrato, en lo que hoy llamaríamos resciliación. Va ante los sacerdotes y devuelve el dinero que le habían dado, diciendo “he pecado, entregando sangre inocente” (Mt. 27, 4). Los sacerdotes se niegan, por cierto, a dejar sin efecto el contrato y con suma hipocresía le responden que ese es asunto suyo y que a ellos no les concierne. Ante esta negativa, Judas arroja las monedas en el Templo y finalmente decide quitarse la vida ahorcándose (Mt. 27, 4-5). Nuevamente la hipocresía de los sacerdotes queda de manifiesto porque dicen que no es lícito echar ese dinero en el tesoro del Templo, porque es “precio de sangre” (Mt. 27, 6), y finalmente lo emplean para comprar un campo que se denominaba “campo del Alfarero” para destinarlo como cementerio para enterrar a extranjeros que fallecían en la ciudad. Por ello, dice Mateo, en la época en que escribe su relato, ese terreno es conocido como “campo de sangre” (Mt. 27, 8).

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, que generalmente se atribuye a Lucas, se contiene un discurso de Pedro en el que cuenta la suerte de Judas de un modo diferente: “Hermanos, era necesario que se cumpliera la Escritura en la que el Espíritu Santo, por boca de David, habla de Judas, que fue el jefe de los que apresaron a Jesús. El era uno de los nuestros y había recibido su parte en nuestro ministerio. Pero después de haber comprado un campo con el precio de su crimen, cayó de cabeza, y su cuerpo se abrió, dispersándose sus entrañas. El hecho fue tan conocido por todos los habitantes de Jerusalén, que ese campo fue llamado en su idioma Hacéldama, que quiere decir: ‘Campo de sangre’” (Hech. 1, 16-19). El relato coincide con el de Mateo en que Judas recibió un precio por su traición, que después de esta falleció y en que con el precio fue adquirido un terreno que por esta razón fue llamado “campo de sangre”. En dos hechos, en cambio, divergen: en que Judas no aparece suicidándose y en que el campo habría sido comprado por el mismo apóstol traidor y no por los sacerdotes. Estas divergencias pueden ser superadas, conforme a la opinión más común entre los exégetas bíblicos, si se entiende que el cuerpo de Judas después de haberse suicidado cayó y se abrieron sus entrañas ya sea por el golpe o por la hinchazón que se produce en el cuerpo de los ahorcados. Respecto de la compra del campo, bien es posible que aunque materialmente fueron los sacerdotes los que hicieron la compra, lo hayan hecho a nombre de Judas, ya que ellos pensaban que el dinero le seguía perteneciendo. Sería algo así como una gestión de negocios ajenos.

Aunque puede ser anacrónico, es de señalar que este “pacto de sangre” en nuestro Derecho Civil sería nulo por causa ilícita, dado que, el inciso 3º del art. 1467 del Código Civil “la promesa de dar algo en recompensa de un crimen o de un hecho inmoral, tiene una causa ilícita”. Aunque la traición de un amigo puede no ser un crimen, es claro que se trata de un hecho contrario a la moral.

Judas devolviendo las monedas (Rembrandt)