Jesús ante Caifás y el sanedrín

En estas fechas es costumbre de este blog da a conocer un post comentando algún aspecto jurídico de la pasión de Jesús de Nazaret que se conmemora en Semana Santa. En esta ocasión, nos parece interesante fijarnos en el proceso que se le instruyó por parte del sumo sacerdote Caifás y la asamblea de 71 miembros que ejercía jurisdicción en temas religiosos en el Israel de ese tiempo: el sanedrín (synedrion en griego).

En el Evangelio de Lucas aparece una mención de Caifás junto a Anás, como sumos sacerdotes, para fijar el tiempo de la predicación de Juan El Bautista, que anuncia la vida pública de Jesús: “El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la región de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdote Anás y Caifás…” (Lc. 3, 1).

El sumo sacerdote era de la clase sacerdotal, la única nobleza reconocida entre los israelitas, y los romanos les dejaban libertad para juzgar las discusiones propias de la religión jurídica, aunque reservándose la aplicación de ciertas penas como la de muerte (la potestas gladii). El sumo sacerdote era elegido de entre las familias sacerdotales de mayor influencia, y en principio era un cargo vitalicio, pero en el tiempo de Jesús se había transformado en periódico. Los que ya habían desempeñado el cargo mantenían la denominación de sumo sacerdotes.

Caifás había sido designado sumo sacerdote el año 18 d.C. por el procurador Valerio, y luego confirmado por Pilato. Pero cuando Pilato fue llamado a Roma, fue destituido por Vitelio el año 36 d.C.

Según los Evangelios, Caifás era el sumo sacerdote, pero tal denominación se da también a Anás (Ananías abreviado). Anás había desempeñado ese cargo pero había sido depuesto por Valerio Grato el año 15 d.C. No obstante su influencia hizo que varios de su familia heredaran ese cargo, con lo que siguió detentando la autoridad de hecho. Caifás era su yerno, ya que estaba casado con una de sus hijas.

Los cuatro Evangelios relatan que una vez apresado Jesús de Nazaret, es llevado a la casa del sumo sacerdote donde se reúnen los componentes del Sanedrín, esto es, los “príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos” (Mt. 26, 57; Mc. 14, 53; Lc. 22, 66). Se realiza una sesión durante la noche, y se presentan testigos que no coinciden en sus declaraciones: algunos señalan que Jesús había dicho que podía destruir el Templo y construirlo en tres días (Mt. 26, 60-61), lo que era inexacto ya que Jesús nunca afirmó que él destruiría el Templo. Al ver que Jesús no contestaba nada y que los testigos no lograban configurar una prueba suficiente, Caifás se dirigió al acusado y lo intimó a declarar quién era en verdad: “‘Te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios’, Jesús contestó: ‘Tú lo has dicho. Además os digo que en adelante veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo’”. Ante esta respuesta, Caifás rasgó sus vestiduras y dijo: “Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ya lo veis, acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?” Los del Sanedrín contestaron “Es reo de muerte” (Mt. 26, 63-66). Muy parecido es el relato que se observa en el Evangelio de Marcos (14, 61-64). El Evangelio de Lucas es un tanto distinto: relata que Jesús fue llevado en la noche a la casa del sumo sacerdote, pero la sesión del sanedrín se habría hecho al amanecer del día siguiente y el interrogatorio es un poco distinto: “Al hacerse de día se reunieron los ancianos del pueblo, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y le condujeron al Sanedrín. Y le dijeron: —Si tú eres el Cristo, dínoslo. Y les contestó:  —Si os lo digo, no me creeréis; y si hago una pregunta, no me responderéis. No obstante, desde ahora estará el Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios. Entonces dijeron todos: —Por tanto, ¿tú eres el Hijo de Dios? —Vosotros lo decís: yo soy —les respondió. Pero ellos dijeron: —¿Qué necesidad tenemos ya de testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca” (Lc. 22, 66-71). Con esa respuesta lo conducen a Pilato y lo acusan de soliviantar a la gente, prohibir pagar el tributo al César y desafiar la autoridad romano al declararse rey de los judíos (Lc. 23, 1-2).

En todos estos relatos se da a entender que Jesús es llevado a la casa del sumo sacerdote que es Caifás. El Evangelio de Juan añade otros hechos. Señala que Jesús es llevado primero a la casa del suegro de Caifás, Anás y es éste quien interroga al prisionero: “El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y sobre su doctrina. Jesús le respondió: —Yo he hablado claramente al mundo, he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde todos los judíos se reúnen, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me oyeron de qué les he hablado: ellos saben lo que he dicho. Al decir esto, uno de los servidores que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: —¿Así es como respondes al sumo sacerdote? Jesús le contestó: —Si he hablado mal, declara ese mal; pero si tengo razón, ¿por qué me pegas?” (Jn 18, 19-23). Este Evangelio cuenta que después de eso Anás envía a Jesús a la casa de Caifás, el sumo sacerdote, y que luego lo condujeron al Pretorio temprano por la mañana para que fuera juzgado por Pilato (Jn 18, 24 y 28).

Es posible armonizar todos estos relatos si se entiende que primero Jesús fue conducido a la casa de Anás (Juan), y luego a la de Caifás, donde se produce la reunión del sanedrín, el intento de buscar testigos falsos y la conminación a que Jesús se declare como Mesías, y su afirmación, según cuentan Mateo y Marcos. Algunos estudiosos piensan que es posible que ambos vivieran en secciones diversas del mismo palacio.

Para cumplir con la ley que declaraba nulas las sesiones nocturnas, finalmente se confirma el acuerdo al amanecer de ese día, como relata Lucas. Esto es congruente con Marcos que señala: “Y de mañana, enseguida, se reunieron en consejo los príncipes de los sacerdotes con los ancianos y los escribas y todo el Sanedrín y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato” (Mc 15, 1) y con Mateo que afirma: “Al llegar el amanecer, todos los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se pusieron de acuerdo contra Jesús para darle muerte. Y atándolo, lo llevaron y lo entregaron al procurador Pilato” (Mt 1, 2). En esto coincide Juan al señalar que Jesús fue llevado donde Pilatos en las primeras horas de la mañana (Jn 18, 28).

Este es el juicio religioso que se hace a Jesús de Nazaret, el que jurídicamente dista mucho de haberse dado de una manera justa incluso según las costumbres de la época.

En primer lugar, porque lo cierto es que la sentencia de muerte ya estaba previamente acordada. Ya habían pagado a Judas para que entregara a su maestro, lo arrestaron y privaron de libertad y lo juzgaron en menos de 24 horas. El mismo Caifás en una sesión anterior del Sanedrín que se convoca después de la resurrección de Lázaro les dice a sus compañeros: “Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación”. Juan dice que con esa frase profetizó que la muerte de Jesús en la cruz sería la redención de todos los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11, 49-52).

Enseguida, y esto es algo que concuerdan todos los evangelios el juicio real se llevó a cabo fuera de la sede regular del Sanedrín (el Gazzit), ya que ésta no se podía ocupar de noche. Por eso se citaron, probablemente dejando fuera a los miembros que no eran hostiles a Jesús, en la casa de Caifás, donde se realizó realmente el juicio. Además, quien dirigía el tribunal hizo de acusador y después de que declararan testigos cuyos testimonios no eran coherentes entre sí y no se deducía de ellos ningún crimen religioso contra la ley judía, el mismo Caifás desafía a Jesús a que diga si es el Mesías, y ante la respuesta afirmativa del acusado y su declaración de que “veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo” (según Mateo y Marcos), y con una cierta variante en Lucas: “desde ahora estará el Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios. Entonces dijeron todos: —Por tanto, ¿tú eres el Hijo de Dios? —Vosotros lo decís: yo soy”, se le señala culpable de blasfemia, que era un delito castigado con la muerte por dilapidación (Lev 24,16).

Sin embargo, es bastante discutible que declararse como Mesías o Hijo de Dios sea por sí solo blasfemo, lo mismo que decir que el Hijo del Hombre estará sentando a la diestra de Dios y vendrá sobre las nubes del cielo. Por lo que más parece que esas palabras sirvieron de excusa para sancionar al Nazareno con la pena de muerte.

Finalmente, para dar validez a lo acordado confirman esa sentencia al amanecer del día, y así evitar que se diga que el fallo sea nulo por haberse adoptado de noche. No es claro si esta sesión matutina se llevó a cabo en la misma casa de Caifás o en la sede oficial de la asamblea.

Como el Sanedrín carecía del poder de dar muerte a un acusado, se lleva a Jesús ante el procurador romano, Pilato, pero ahora se cambia la acusación de blasfemia para imputarle un intento de sedición contra el poder romano. Pilato, a pesar de reconocer que Jesús es inocente de ese cargo, deja hacer lavándose la manos en un gesto que en la historia ha quedado como símbolo del intento frustrado de eludir la responsabilidad por una decisión propia. 

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